«Universo Pi» y las poéticas del científico loco

15 de diciembre 2023

Una payasa pretende controlar su efervescencia (lo que la hace payasa es, justamente, ese hervor del interés) y encausar su energía creativa (descomunal, como vemos en el cuerpo mutante de la actriz) en un proyecto proto-científico con el que supone que encontrará sentido para su existencia. Su hipótesis está destinada a dar error porque su naturaleza excéntrica (profundamente humana) sólo puede manifestar creatividad en el desvío. El payaso es el artista del desvío (hace política en el detalle); es sólo para la mente racional narrativa (proyectada en el espectador) que el desvío es visto como tal. Lo payaso se juega en el diálogo entre el intento y la imposibilidad de organizar la energía vital.

Pi (Chivi Garcia) – Foto: Fede Sosa

Pi es una científica que se propone inventar algo nuevo. El bloqueo creativo y la frustración la fuerzan a valorar su singularidad. Cae en su propia trampa: por pretender lograr algo, se desploma dentro de ella misma. La obsesión neurótica por la trascendencia la presiona hasta un estallido de descubrimiento que no tiene que ver con el logro sino con la entrega —un diálogo con su terapeuta, San La Muerte, la lleva a cantar. Cantar como la entrega última.

Pi es un ser humano tremendamente sensible cuyo único invento (su viejo éxito) es nada más ni nada menos que la posibilidad de entrar en resonancia con otros seres humanos (otras expresividades): gracias a su poción mágica, ella puede encarnar, desde la voz y el cuerpo, diferentes inteligencias/sensibilidades. Revisitando su anterior invento en busca de inspiración (o de refugio en una antigua victoria), se da cuenta de que ahora lo único que puede dar es su singularidad dispersa y atorrante. Lo único que puede es darse, con todas sus tensiones.

Lo mejor que tengo para dar, escribió Kerouac, es mi propia confusión. La confusión de Pi nos enternece y deslumbra porque encarna (más que representar, encarna, porque más que ideas vemos cuerpos —capas y capas de humanidad sobre un mismo esqueleto plegado) el esfuerzo melodramático del bicho humano, que intenta, una y otra vez, demostrar que vale.

En ese intento neurótico, el cuerpo de la actriz es entregado a las diez mil fuerzas de la historia humana. El clown abre los pétalos de la neurosis, demostrando que el sufrimiento es una resistencia a florecer. Mutar, desviarse. Como espectador, me fue muy impresionante asistir al espectáculo de la velocidad con que esa porción de mundo llamado Pi (Chivi García) es atravesada por tan diversos aparatos expresivos. Nada dura, todo muta, cada filamento de experiencia (incluidos los imponderables de la función teatral) es oportunidad para el payaso, experto en desplegar universos del detalle —más todavía esta payasa en particular que, filosa y muy despierta, no deja pasar nada, y habita, al mismo tiempo, las diferentes fuerzas en tensión. En un sólo cuerpo conviven los dos roles del payaso blanco y el augusto, el serio y el torpe, el enfocado y el descontrolado. El científico y el loco, la razón y lo imposible.

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Las distracciones funcionan como búsquedas de lo imposible. Hay una fuerza hacia otra cosa. El invento quiere dar sentido a una existencia despojada de su fe en el misterio. El viaje de la obra también es el diálogo entre la razón lógica y la intuición divina, el materialismo científico y la apertura hacia lo Otro. Pi deberá asumir la dimensión mística de su juego desquiciado. El proceso payaso se despliega como una avalancha eléctrica de mutaciones expresivas. La inteligencia del personaje/actriz es la inteligencia de su cuerpo, enormemente disponible a la incorporación de muy diversas texturas emocionales. El trabajo vocal y físico no está al servicio de una historia, sino que es, en sí mismo, la historia. El despliegue expresivo micro-tónico (las variaciones gestuales más mínimas) y los cambios de ánimo más abruptos son en sí el tema. ¿Quién ser? ¿Cómo ser? La búsqueda del personaje por un invento nuevo es la búsqueda de una vida por la validación de su propia singularidad. ¿Quién ser para los otros? Para ese proceso de validación corrida (si se quiere, asocial) es que estamos los espectadores, que celebramos con la risa y el asombro tamaña rareza —tamaña osadía. La ciencia es en el fondo un arte y, como el arte, explora esos bordes de lo posible que por comodidad llamamos locura.

La figura del científico loco es una estructura psíquica que permite alojar, en un mismo cuerpo, el diálogo tenso entre la estructura racional y la centrifugación creativa cósmica. El payaso es un dispositivo psicofísico que habita esa tensión, como un equilibrista en la cuerda de los opuestos, esas fuerzas que el psiquismo tiende a polarizar y que el clown sabe poner a dialogar: un delantal apretado tiene que dialogar con una cabellera desquiciada —pelos como antenas. Pi es un tubo que canaliza esa tensión —para mí, personalmente, muy cercana. ¿A todo espectador le conmueven las mismas cosas? Claro que no. Por eso es que a quienes construimos esas piezas hermosamente (políticamente) arbitrarias llamadas obras de arte nos interesa la multiplicidad de lecturas. El lector/espectador es quien pone a la obra en movimiento.

Como espectador de este universo Pi, no puedo no enfocarme en lo que me llama la atención a un nivel muy personal. A la vez, no puedo entrar en contacto profundo con la otredad de la obra si no me transformo —es decir, si no pongo en juego mis intereses. ¿Quién soy después de esta experiencia estética? ¿Quién soy ahora, intentando con palabras torpes dar cuenta de ella?

Hipótesis: el arquetipo no puede ser despertado sin ser movilizado; no hay repetición. Cuando ponemos en escena una figura del inconsciente colectivo, algo, aunque sea mínimamente, la transformamos. Y hay una transformación, sutil y a la vez profunda, que resulta del darnos cuenta.

En Universo Pi, o en el encuentro entre ese universo y este espectador singular que soy, emerge la tensión arquetípica entre el deber y el deseo, el mérito y el desparpajo. En el cuerpo de esta payasa, batallan la ciencia y el arte, lo familiar y lo singular, lo conocido y el misterio. Esa tensión (ese diálogo complejo y desafiante) es personalmente fundacional: podría explicarlo usando los símbolos de la astrología, pero sólo voy a decir que soy un artista nacido en una familia de científicos. No por nada algunos de mis personajes favoritos de la infancia eran el Profesor Locovich de Los autos locos, y el doctor Brown de Volver al futuro. ¿Hasta dónde podemos llevar nuestra creatividad?

Hacer contacto con esos diálogos tan antiguos y tan humanos fue una de las razones por las que la obra me hizo llorar mucho. Pero no fue sólo eso. Más allá de (y gracias a) la narrativa particular, fui conmovido enormemente por el acontecimiento colectivo, la entrega (poética y política) de ese ser humano creando escena con un público que llenaba la sala del Café Artigas, y reía y probablemente también lloraba, al final de un 10 de diciembre en que en la Argentina asumía un nuevo comediante —la diferencia entre los políticos y los actores es que los políticos no asumen que están actuando. El teatro es importante.

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Universo Pi

FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA
Autoría: Silvina Chivi Garcia
Vestuario: Primavera Amoruso
Diseño de luces: Diego MauriñoAdrian Ruiz
Música original: Natalia CaggianoMauricio Neira
Diseño gráfico: LIma
Asistencia técnica: Abril Piterburg
Co-dirección: Florencia Patiño

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