Ella nunca pronunció la palabra fluido o fluidez, pero ponía comas en lugares recónditos que volvían el camino de la frase más pedregoso, y le otorgaban una credibilidad que antes no tenía.
Fabio Morabito, El idioma materno
Siento una pena enorme. Es tan grande que no me corresponde. Sólo partir una frase al medio podría salvarme.
Hay días en que me tengo que forzar a escribir porque escribir parece la única forma de salir del drama. ¿Qué es el drama? Una decisión de no interesarme por lo que estoy viviendo. Lo que estoy o lo que estamos, singular o plural, el drama siempre es una proyección de un yo en primera persona.
Pero, a veces, al no encontrar razones cercanas para sentir tamaña pena, me descubro sospechando de que puede haber razones que vienen de lejos, desde más allá de los límites de lo que entiendo como mi propia vida.
Lo que estoy viviendo incluye el relato que construyo sobre lo que estoy viviendo, los efectos de ese relato en la circulación de energía emocional (liberación de hormonas, goce), los efectos de esos efectos (resistencia), el espacio entre las causas y los efectos (el viaje sináptico-eléctrico entre la ficción y la química), así como el misterio de lo que parece quedar sepultado bajo las historias —digamos, lo real. Definición apurada de realidad: los sótanos del mapa.
El mapa tiene, también, su nivel de realidad. Despreciarlo (oponer, platónicamente, ficción a realidad) alimenta el loop obsesivo.
Escribir es peligroso. Salvo que la escritura esté excesivamente tomada (excitada) por la queja (por la cartografía neurótica), el meandro verbal puede hacernos perder el hilo. Lo único que el ego no quiere es perder el hilo. Su relato es su guarida, su excusa, su tesoro. Sin relato, el ego no puede hacer eso que hace cuando ya ha sobrevivido: sufrir. El sufrimiento es una resaca de la supervivencia. El mapa, como abrigo en verano.
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La única idea que puedo articular es ésta: estoy completamente desinteresado por lo que me sucede. La idea en sí es contradictoria. Una idea (una oración) ya es un interés. El sufrimiento es claro, el drama se ve. Las contorsiones de la queja son evidentes. Algo, dice el actor, debería ser diferente.
Llamo drama al intento de no asumir que estoy reaccionando a una ficción. Creer es dramatizar. Dramatizar es victimizarme. La resultante: ausencia de curiosidad. La víctima no siente curiosidad. No creo que madurar sea mucho más que asumir el mecanismo dramático de victimización. Cuando reconozco que el drama es drama (reacción a ficción), maduro.
Drama puede definirse como eliminación de curiosidad. Curiosidad puede definirse como reducción de drama. Porque drama es fijación de perspectivas y entendimientos. Drama = lucha por sostener imágenes y relatos. Por eso la curiosidad es la principal herramienta de pacificación. La paz no es sólo una quietud sino también una inquietud, una apertura, una disponibilidad a la exploración.
Explorar implica discernir, ver el borde de las cosas, disipar la bruma de la que el drama se alimenta. El drama necesita confusión, malentendido, vaguedad. Hay una racionalidad de la curiosidad. Si se quiere, la curiosidad tiene algo frío. Un baño de agua fría. La realidad es fría.
Un pájaro de pecho amarillo picotea con velocidad. Hace saltar las hojas. Me pregunto si en cada movimiento consigue un gusano. Imagino a mi gato saltándole encima.
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