Sobre la depresión y la importancia de cantar

(12 de octubre 2022)

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Desde hace como una semana siento una especie de depresión. Creo que empezó un día en el que surgieron varias preocupaciones a la vez. Ayer le decía a D que me parece que esta depresión es una reacción a la obsesión. Me obsesiono con los resultados, la depresión contrarresta. La depresión como descanso —esa sería la hipótesis. El desánimo surge no de la idea de que nada tiene sentido, sino de la idea de que todo cuesta mucho —y si algo cuesta es porque está cargado de importancia: para que la vida tenga sentido, debo esforzarme. Si me esfuerzo es porque doy demasiado sentido a algo.

Esta especie particular de depresión surge no de una falta de sentido, sino de un exceso de sentido. Lo descubro al escribir la línea anterior —tal vez necesitaba escribir. El fin de semana estuve visitando amigxs en La Plata y en alguna de las charlas pensé: necesito volver a mi diario. Escribir un diario es una manera de procesar información. La semana pasada le dije a D: tengo la impresión de que vivo muchas experiencias por día y no alcanzo a procesarlas (sería, a digerirlas); las experiencias van quedando solapadas, como la cara de esos perros arrugados, llenos de pliegues. Escribir para digerir, digerir como descubrir. Si pudiéramos digerirlo todo ¿desapareceríamos? Un rostro sin arrugas ¿es como un mapa que deja de servir?

Mi problema no es la falta de sentido, sino el exceso. Cargo a las cosas de un valor descomunal. Hoy es la película, mi nuevo bebé. Soy en tanto el proyecto avanza, soy en tanto la cosa funciona. Ficción. Soy la ficción del director comprometido, responsable, que sostiene su empresa, que lidera bien.

Temores: no tener tiempo de ensayar, rodar a las apuradas, no recolectar el dinero suficiente para alquilar los micrófonos y comprar el aceite de oliva para los días de filmación. La neurosis del director de orquesta que exagera: movimientos dramáticos con los brazos, sudar para brillar.

En La Plata le decía a J que dedico mucha energía a evitar que sucedan cosas. Motivación: el terror. El animal en falta, dijo J, o algo así. Nos hamacamos en un parque. Un sujeto se sacó la remera y se acostó al sol, yo retorcía las cadenas de mi hamaca para mirarlo. Después miraba las copas de los árboles, pretendiendo que los árboles me atraían igual que los cueros del muchacho. Tengo que reconocer que no todo me inspira de igual modo. (¡Y no tiene por qué!) Un ideal supuestamente espiritual me dice que todo debería poder atraerme, o bastarme, pero lo cierto es que tengo preferencias. Mi pregunta es cómo tener preferencias sin obsesionarme —o sin obsesionarme tanto, o sin obsesionarme con la idea de que obsesionarme está mal. El único que tiene problemas con el ego es el ego, dice Gangaji.

Cuando en una reunión social aparece alguien que me genera atracción física, mi atención suele caer en un pozo, un túnel sin salida. Me obsesiono, también, como forma de no estar presente. Decido que, del tapiz del momento, sólo me interesa uno de sus hilos. De los posibles resultados, sólo me interesa el que considero apropiado. Me obsesiono para no ser correspondido. Pido el abrazo para no recibirlo. Suena extraño, pero es muy simple. Y la vida es otras cosas —ya lo decía Lennon: la vida siempre es otras cosas.

La vida está en otra parte, era el título de una novela de Kundera sobre un niño checo que despertaba de un sueño sólo para darse cuenta de que estaba dentro de otro. ¿Es posible despertar? Despertar del todo, ¿es posible? Cuando algo se acomoda, llega un nuevo desafío. Vivir puede ser irritante —porque supongo que todavía sigo pretendiendo no chirriar. Todavía me frustra frustrarme.

Ya no me frustro por las cosas, me frustro porque pretendo no frustrarme. Ya no me desanima que las cosas no vayan como me gustaría, me desanima reconocer que no tiene sentido que mi estado de ánimo dependa TANTO de cómo van las cosas. No es que pretenda una ecuanimidad idealizada de manual de meditación, sólo observo cómo me marean las subidas y bajadas —esto de subir y bajar. De chico me mareaba mucho, los viajes largos en auto me obligaban a dejar un vómito clavado en la banquina. Ni hablar los barcos. Para mi padre fue frustrante que no me gustara navegar. La vida me marea, no tengo agua en mi código natal.

Subidas y bajadas, la vida me marea.

Le dije a D: ¿puede ser que tengas menos adicción a clasificar los momentos como buenos o malos? Hoy me veo adicto a clasificar los momentos como buenos o malos. Adicción a la moral. Buenas noticias o malas noticias, decía Vonnegut cuando describía el modo en que las narraciones se organizan: en la mayoría de los relatos, es obvio qué es una buena noticia y qué es una mala noticia. En Hamlet no, decía Vonnegut, y se preguntaba: ¿será que era una historia pésimamente contada? ¿O será que tenía algo profundo para decirnos? No sabemos lo que son buenas y malas noticias. No podemos saber. Pretender saber es arrogante.

Lo de las subidas y bajadas es producto de ver las cosas en el eje vertical. Si las vemos en la horizontal, tenemos izquierda y derecha —y ahí ya estamos hablando de política. El problema no es vibrar entre los polos, sino pretender estar sólo de un lado. La vida es vibración, ¿o no? Ya lo demuestra la historia política, el eterno vaivén, no sólo el sonido es vibración. También el color, también las ideas, también los acontecimientos. Mis amigxs de La Plata hacen música, las dos veces que fui a visitarles tuve que cantar. Porque sus vidas me recuerdan que la vida es un musical. Creo que me obsesiono con el sentido narrativo de las canciones, tanto que paso a sólo leer las letras y me olvido de cantar.

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Para más sobre la vida como un musical, te invito a leer El vínculo como un problema estético

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