(octubre 2024)
El único obstáculo es el desinterés. Cuando nos interesamos por lo que nos atora, la traba deja de trabar. Todo obstáculo es una invitación a reforzar nuestro interés por la experiencia.
Todo se trata de cómo leemos la situación; el problema es narrativo, pero también es químico: nuestros cuerpos se acostumbran a los niveles de queja en sangre. Tal vez se trate de una adicción no reconocida al sufrimiento. Más que para cambiar las cosas, nos quejamos para sufrir. Una química conocida, cómoda, sufrir es no querer ver que las cosas ya están cambiando —por no decir que ya cambiaron.
Hace diez años empecé a dar talleres de escritura y descubrí un ejercicio importante: transformar la espera en escritura. La hipótesis es ésta: si estamos sufriendo, es porque no estamos escribiendo; más bien, re-escribiendo. Si sufrimos es porque estamos creyendo alguna idea ya escrita. Escribir sirve para dejar de esperar y re-escribirnos.
Es difícil vivir situaciones y que la mente no opine sobre ellas. A veces hasta nos parece que la opinión llega antes que nosotros. Entramos a una vida ya opinada. Rara vez vivimos la vida directa; en general, caminamos no sobre la vida sino sobre nuestros mapas, que también son parte de la vida, sí, pero sólo una parte, acotada, sesgada, utilitaria, vieja. Debajo de los mapas no sabemos quiénes somos.
Al escribir, reconocemos lo que pensamos. Al reconocer lo que pensamos, podemos dejar de creer, de identificarnos con nuestras ideas. Son sólo ideas. Creer es olvidar que un pensamiento es sólo un pensamiento. Ese olvido es nuestro gran obstáculo, nuestro único obstáculo. Interesarnos implica, en principio, reconocer que hemos olvidado. Sólo era una queja. Sólo era una idea.
¿Con qué ideas te pones a crear? Esas ideas, ¿cómo habilitan, y cómo inhiben, tus posibilidades creativas?
Los días en que escribo por la mañana suelen ser días mejores; quiero decir, días más grandes, más posibles, más abiertos. Los días en que no escribo, olvido fácil que todo es escritura.
Escribir es sólo reconocer que ya estábamos escribiendo. Si no lo hacemos conscientemente, lo hacemos inconscientemente, por default, de modo automático y generalmente vicioso. La mente siempre piensa viejo. En automático, pensamos como solíamos pensar hace tiempo. Hace tiempo (hace mucho tiempo) nos sirvió pensar así; pero ha pasado el tiempo.
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En su libro Antes de actuar, la directora teatral Anne Bogart dice: “Me gusta pensar en contagiarme de la enfermedad del interés. Y el arte más efectivo es como una enfermedad contagiosa.” Para interesarnos por nuestra experiencia, necesitamos interesarnos por aquello que hacemos para desinteresarnos. Llamo queja a ese gesto de menosprecio. Llamo guerra a la serie de decisiones que tomamos a partir de ese menosprecio que sentimos por nuestra propia experiencia de vida. En el fondo, siempre el miedo. Peleamos para no reconocer que no estamos prestando atención.
La queja (el menosprecio, la guerra) viene de una actitud necesaria, pero viciosa, de garantizar seguridad y supervivencia. El arte nos da un respiro de esa actitud, porque nos permite probar otras cosas, re-interesarnos por el mundo y sus cosas; especialmente, interesarnos por eso por lo que quisiéramos no tener que interesarnos —lo que nos aterra, lo que nos quita tierra, lo que nos amenaza, lo otro.
Indagar es decidir interesarnos por lo que no quisiéramos tener que interesarnos. Lo que nos amenaza es lo que pone en peligro las ideas que tenemos sobre nosotrxs mismxs. El arte puede ser un contexto de indagación. El arte pone en peligro esas ideas —más bien, nuestra identificación con ellas.
Más adelante en su libro, Bogart dice: “La actitud que uno adopta en cada momento predetermina la calidad y el éxito de su empresa. Hay que trabajar la actitud. Ser decidido y consciente al elegir la actitud conveniente en cada ocasión. Simone Weil recomendaba la práctica de tratar cualquier cosa que nos pase como el objeto de nuestro deseo.”
¿Se podrá entrenar? ¿Podremos entrenar esa actitud que nos permite reconocer que todo lo que nos ocurre es, de alguna manera misteriosa, objeto de nuestro propio deseo?
Todo lo que acontece en nuestra vida responde a una inteligencia sensible y específica; nada está de más, todo expresa una necesidad del desplegue psíquico del mundo y sus formas de vida. Todo merece nuestra atención, todo merece nuestro interés. Siguiendo a Sontag, podemos decir que artista es quien tiene el potencial de interesarse por todo.
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