«Me interesa» Vs «me intereso»

(2018)

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¿A qué responde nuestro interés? ¿Por qué nos interesamos por algunas cosas y por otras no? ¿Cómo sería entrenar el interesamiento? ¿Cómo sería dejarse llevar por la curiosidad?

Por un lado, tenemos el ya dado “lo que me interesa”. De las cosas que nos interesan —que nos atraen— hay algunas sobre las que podemos explicar: de dónde viene el interés; hay otras que no sabemos por qué o para qué nos interesan. Pero en ambas posibilidades, es claro que nos interesan.

Luego están esas otras cosas que claramente no nos interesan —que no nos atraen—, que no son necesariamente las que nos repelen. Atracción y repulsión serían, a mi entender, dos formas del interés. En este caso, hablamos de cosas que nos son indiferentes. No sabemos si la indiferencia total existe, pero supongamos por un momento que sí.

En medio de lo que nos interesa y lo que nos es indiferente, podríamos localizar un territorio incierto, donde hay cosas que nos podrían interesar, tal vez, en ciertas circunstancias, o con ciertas actitudes; y también, claro, podrían no interesarnos.

Al escribir, o al hacer un arte, a veces llegan a mí esas cosas que me interesan, como si me estuvieran pidiendo que hable de ellas, o que las toque, o las investigue, o les de forma. A veces tiro la red y pesco las pasiones que se harán banquete. Amores y odios son material de nuestras esculturas.

¿Y lo que nos es indiferente?

¿Qué pasa con el mundo de lo que nos es indiferente? ¿Podemos entrenar maneras de interesarnos por las cosas? ¿Tiene sentido el ejercicio? Vamos a ver una obra, un concierto, una lectura, una película… Vamos a una fiesta o a una reunión… Vamos a los acontecimientos y… ¿Cómo funciona el interés? Muchas veces me descubro en esta actitud: “A ver, muchachos, ¿qué tienen para darme?” Me ubico en mi sillón de rey del mundo, y espero que los otros me den una alegría, o incluso varias. A veces tengo que esperar, y mucho, hasta que la alegría llega. A veces nunca llega.

Si bien es aquel otro ser humano el que está haciendo una función, o dando su fiesta, ¿es enteramente su responsabilidad el que la fiesta funcione?

Ya la pasé mal en Hawaii y ya la pasé muy bien limpiando hongos con lavandina en el techo de un baño. Ya sé, entonces, que paraíso e infierno no son lugares definidos, sino modos de estar en los lugares. Perspectivas. Ya sé que la atracción está más del lado del que mira, y que el sabor de la manzana no está tanto en la manzana como en el paladar.

Entonces, sí, hay cosas que me atraen más y cosas que me atraen menos. Mi pregunta es: ¿esa atracción es algo dado? El amor… ¿es algo dado?

Tengo que deleitarme con los pájaros

A veces aquello que creemos que es lo que debería interesarnos no es lo que nos interesa. Y siempre hay algo, ahí, en esa cosa, que nos puede conectar. Pero a veces nos encerramos tanto en la idea de qué es lo que deberíamos estar atendiendo, que no le damos permiso a nuestra atención de encontrarse con… algo, lo que sea. «Los pájaros — me decía X—, estaba en la plaza y creía que tenía que deleitarme con los pájaros, sólo porque yo sé, porque yo ya sé, que los pájaros me encantan.»

Vamos a un baile, por ejemplo, y claro, hay que estar en la pista de baile. Como es un baile, hay que interesarse por el baile. Pero si al baile van chicxs —chicxs pequeñxs—, probablemente ellxs estén jugando detrás de la pista, o en el estacionamiento, o en los pasillos o en los baños. No se atan a la idea de que la cosa debe suceder en la pista de baile. Para lxs niñxs, creo, el interés —el entusiasmo, la atención, el amor— va donde va, en cada momento, y punto.

Me pregunto si la adultez no es algo así como la regulación de nuestros intereses.

La adultez, una regulación del amor

Alguien me habla. La historia que me cuenta no me interesa. ¿Qué hago? Puedo intentar interesarme por algún aspecto de su historia; si no, escuchar el timbre de su voz; si no, sus manos moviéndose al hablar; si no, el color de sus ojos… Y si no, su entusiasmo: si no me interesa el contenido de lo que me cuenta, me puedo interesar por su interés, por su estado de ánimo; así tal vez descubro que lo que me está contando, más que una historia, es un estado de ánimo. Y tal vez luego me puedo interesar por lo que me cuenta. O no. Tal vez sólo puedo interesarme por el hecho de que no me estoy pudiendo interesar. Puedo, entonces, pedirle que se calle.

Pienso en las cosas que me son indiferentes. El rugby. ¿Hay algo ahí para mí? ¿Qué me puede interesar del rugby? Pienso en la posibilidad de hacer una lista de cosas que me son indiferentes. ¿Será esa lista la posibilidad de ensanchar los territorios de mi curiosidad?

¿Cabe también la posibilidad de que nos forcemos a interesarnos por cosas que no nos interesan? Cultivar intereses, gustos, amores, es una cosa; forzarlos, es otra. Veamos. Algo te es indiferente y te encontrás con alguien apasionado por esa cosa. Te habla de la cosa en cuestión. De pronto, ves algo que no habías visto. A través de la pasión del otro, algo se enciende. Puede ser…

En definitiva, me pregunto si tiene alguna importancia el qué. Qué amamos, qué atendemos, qué observamos. O si lo que importa —si es que algo importa— es el estado de amor y atención, más que el objeto de nuestro amor/atención.

Pema Chödron cita a un maestro de budismo, que dice algo así: todos amamos algo, aunque sólo sean las tortillas. Facundo Cabral decía: no estás deprimido, estás distraído. Mi padre se sorprendía cuando yo le decía que estaba aburrido. ¿Cómo podés aburrirte —me decía— con todo lo que hay para hacer?

Sí, sí, sí. Siempre hay algo. En estos momentos, estoy entrenando lo siguiente: dejar de esperar que me hagan la fiesta (la vida, la peli, el libro, la obra de teatro, una persona, una compañía…); entonces, hacerme mi propia fiesta. Estoy entrenando este cambio de actitud: pasar de preguntarme “¿qué me interesa?” a preguntarme “¿cómo me intereso?”. O también podría ser: “¿adónde está mi interés ahora?” “¿Qué estoy amando ahora?”

Me parece genial dejar de esperar, al menos unos minutos por día, que la vida me haga feliz; tal vez, por qué no, ser yo quien hace feliz a la vida.

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Este texto fue escrito entre 2015 y 2018

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