Las lecciones del Catedral

(Abril 2025)

Viernes santo en Cerro Catedral. A las 11 am me acuerdo de checkear el horario de los buses. 11,15 pasa por el centro, debo tener unos 10 minutos para llegar a la parada. Insulto. Me pregunto si correr o seguir insultando. Corro. Llego a Avenida Pioneros y lo veo venir. No estoy en la parada. El próximo viene en 2 horas. Levanto la mano al cielo y pido ¡Dios! El colectivo frena.

En la base del cerro me quieren vender un ascenso asistido en teleférico. La mujer señala con una uña larga un camino de muchos en un mapa plastificado. ¿Qué pasa con los otros caminos?, pregunto. Por suerte había visto gente subiendo por una carretera que no parecía el camino que me vendía la vendedora. No podemos prohibirles subir por donde quieran, dice ella, pero si te pasa algo…

Me aventuro en soledad; no tardo en descubrir que se trata de un camino bastante transitado. Ascenso al refugio Frey: 4 horas. Avanzo con alegría, sé que no llegaré al refugio porque no me da el tiempo y no estoy preparado; pero avisoro un sendero boscoso, huelo la resina del pino. La vista es importante, el lago Gutiérrez. Después de un rato me pregunto: ¿va a ser todo así? Arbusto bajo y sol de mediodía.

No traje sombrero, me ato una camisa en la cabeza. Camino como una hora y el paisaje no cambia. Arbusto bajo y sol de mediodía. Arbusto hermoso, pero bajo. Sol brillante, pero al mediodía.

Cruzo varias veces a tres alemanes; me pasan, los paso. Uno está bloqueando el camino, manipula una rama. Me dice, en inglés, que está desbloqueando el camino para mí. Le digo gracias. Todo puede ser leído como una odiosa metáfora.

De pronto, me descubro ofuscado. Pienso: yo quería caminar por un bosque; no este arbusto bajo, no este sol de pleno día. La vida, otra vez, me ha engañado.

Intento reconocer que las colinas enrojecidas, afiebradas por el otoño, tienen su belleza. Dos pájaros aguileños planean en círculo, cerca de la cima. Con lo que me queda de batería, grabo con zoom a las aves y alcanzo a sentir la serenidad de la montaña. Unos pasos más adelante, la queja vuelve. Quería un bosque.

Pasan dos personas de vuelta. Les pregunto: ¿qué pasa con la sombra? En unos 40 minutos, me dicen, llegás al bosque. Se me juntan las palmas de las manos sobre el pecho, mi cuerpo dice: gracias. Mientras me alejo, me pregunto qué habrán pensado de mi entusiasmo repentino.

Entusiasmo significa: estar en Dios, o: estar con Dios. Entusiasmo significa saber que el bosque está cerca. Llegar al bosque. La misa del bosque. Santa Catedral de coihues. Saber que estoy entrando a la catedral del bosque me da energía, ahora sé que de hecho está sucediendo. Qué terrible avanzar a ciegas —salvo en el arte.

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En dos o tres momentos, la roca es peligrosa. Adrenalina. El pensamiento escala. Puntas de pie y cornisa delicada. No sé cómo, estoy pensando en el futuro. No quiero tanto lograr cosas, me imagino contándole a alguien, más bien quiero lograr estados de ánimo.

También quiero realizar proyectos, obras, visitar lugares, etc.; sí, pero, sobre todo (debajo de todo), lo que más quiero es saber que se puede, saber que ya se pudo, saber que ya es. Quiero esa libertad pacífica que te da el reconocer, con todas las fibras de tu ser, que todo está dado.

Todo está dado significa: nada me falta.

Reconocer que nada me falta es asumir la potencia del deseo como una fuerza no que me pide lograr cosas, sino que me mueve a lo desconocido.

Quiero ser lo que ya soy: un entusiasta de lo desconocido. Un aventurero del instante que se conmueve ante las apariciones sorpresivas de la diferencia.

Quiero ser el que ya soy, esa antena capaz de entusiasmarse con la decepción, ese coreógrafo de la diferencia que sabe apreciar cada paso —las escalinatas de la catedral son parte de la catedral. El arbusto bajo es el umbral del bosque.

Cuando estoy por llegar al bosque, el celular se queda sin batería. Alcanzo a tomar esta última foto:

Después, sigo viaje sin la posibilidad de registrar mecánicamente la visión de mi experiencia. La parte más bella del viaje no tiene imágenes. La catedral es fría, la misa es el discurso santo de un agua indiferente que se arroja contra la aspereza de las piedras. Casi me quejo de que ahora hace frío. Siempre estoy al borde de quejarme. Como decía una maestra de actuación, qué hermoso actuar al borde de la tentación. Hay ciertos actores y actrices que parecieran estar todo el tiempo al borde de romper en una carcajada, como si no se aguantaran las ganas de decir: ¡esto es una ficción! Lo más hermoso y potente de sus actuaciones es que no llegan a hacerlo. Qué hermoso poder quejarme y no hacerlo. ¡La última tentación!

Un cartel enseña: los pájaros carpinteros buscan gusanos en la corteza de los coihues y así abren agujeros por donde los hongos entran al árbol. Gracias a los carpinteros, los coihues se pudren y caen; al caer, regeneran el bosque.

Anoto: confiar no es esperar que llegue. Confiar es escuchar que ya llegó. Confiar es reconocer lo que hay. Confiar no es saber que ya voy a llegar al bosque. Confiar es escuchar la misa del momento —la misa del arbusto bajo y sol de mediodía. ¡Pero también es esperar el bosque! Aprender a valorar cada paso no significa desconocer el valor de la llegada. También hay valor en el llegar. Polarización Vs paradoja. Polarización: o nos enfocamos en el futuro o jugamos a estar presentes (como si el presente no incluyera el juego de los planes y las proyecciones). Paradoja: vivimos el futuro como parte del cuerpo del presente, comprendemos, en profundidad, que somos un animal que se proyecta. La imagen del futuro puede entusiasmarnos, la pregunta es: ¿cuál es el borde entre el entusiasmo y la obsesión? Pensar en el futuro no implica necesariamente no estar presentes. Hay formas saludables de proyectarse hacia la noveddad. Esperar el bosque no implica detestar el arbusto. Hay formas saludables de avanzar hacia la catedral. Hay formas saludables de vivir (atravesar) el pantano de la dificultad. No se trata de sacarme de encima la dificultad, pienso, se trata de recorrerla.

No quiero una vida sin dificultades, quiero tener diálogos más amables con las dificultades. Poder escuchar que el agua del estanque también se mueve.

Volviendo, pienso en X. Imagino un diálogo ridículo en el que yo le explico que me gusta caminar por la montaña, pero sin peso en la espalda.

—Por eso no subo hasta los refugios —digo.

—Eso es cobarde —dice X—, es quedarte en tu zona de confort.

—No es cobarde —replico—, es como que yo te dijera que sos cobarde por no hacer películas.

—Pero a mí no me interesa hacer películas.

—¡Exacto!

Reconozco la escena de mi imaginación al reconcoer ¡oh, cómo me activa esa persona!

Primera reacción al reconocimiento: ¡qué mierda! Estoy justo metiendo la punta del pie dentro del filo de una roca. Después, un puente de metal; y de pronto, un insight: ¡Claro! (El insight siempre es un ¡Claro!) ¡Lo que quiero es recordar que está bueno que alguien (o algo) me active! ¡Gracias por activarme!, quisiera poder decir más seguido. Esto es lo que quiero más que nada. No quiero una vida sin problemas, quiero no hacerme problema por reaccionar a los problemas. No quiero una vida sin dificultades, quiero saber conversar con las dificultades.

La catedral es solo la punta del iceberg.

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