(Junio 2024)
Cuando me descubro obsesionado con los resultados, retrocedo. Al retroceder, desconecto del deseo. Cuando me descubro confundido por la dificultad de participar en las estrategias del mercado, me desinflo. Al desinflarme, desinflo al deseo.
Pienso al deseo no como una fuerza que me lleva a lo que quiero, sino como una fuerza que me acerca a lo desconocido. Aunque en el fondo sé que lo importante no es llegar a destino, me obsesiono con el destino. La obsesión transforma al destino en una imagen fija, una postal del paraíso. El destino no es sólo una postal. En algunos contextos, llamamos destino a la postal, al punto de llegada; en otros contextos, llamamos destino al despliegue inteligente de nuestras vidas.
Diferenciar entusiasmo de obsesión me devuelve a esta otra comprensión de lo que es el destino. El destino como el despliegue de un deseo que no tiene que ver con alcanzar los objetivos de la personalidad. Pienso al deseo, más que como una necesidad del ego, como un llamado de lo otro, del misterio, de lo diferente. El deseo como la curiosidad transpersonal que abre la crisálida del ego.
Cada quien tiene sus estrategias singulares de desconexión. Cada quien tiene sus maneras de reducir la vida a una carrera por la supervivencia. Cada quien tiene sus dispositivos particulares para reducir la curiosidad a necesidad. Cada quien tiene sus propias trampas narrativas, sus sutiles y creativas formas de sufrir.
Sufrir es no crear. Sufrir es confundir deseo con necesidad. Sufrir es obsesionarnos con la supervivencia.
Una de mis trampas personales es la de transformar mi entusiasmo creativo en necesidad de supervivencia afectiva. Por supuesto que no es una trampa especial, el club de los artistas que esperan confirmación tiene gran cantidad de socios.
No son pocos los días en que caigo en el laberinto de esperar confirmaciones. La mente se activa con la pregunta: ¿cómo lograr ser escuchado? En el fondo sé que el valor de mi existencia no depende de los resultados de mi trabajo, pero hay días (no son pocos) en que ese fondo se ve sólo a lo lejos.
También hay muchos días en que mi entusiasmo no es afectado por la obsesión con los resultados. La energía creadora parece circular sin obturación. Cuando la obra y el interés crecen, aparecen ganas de compartir. Esas ganas se perciben como naturales. Solemos decir que la obra se completa (que el arte tiene sentido) cuando se encuentra con el público. A veces pienso que eso es cierto; a veces también sospecho que en esa idea puede haber una trampa.
El borde entre la curiosidad por compartir y la necesidad de que llegue gente es delgado. Recuerdo estar por salir a escena, detrás del telón, espiando la platea y contando la cantidad de butacas vacías. Hay algo hermoso en el deseo de que algo que valoramos pueda ser recibido por cantidades; supongo que la diferencia (no tan sutil) está en si la atención se enfoca en las butacas ocupadas o en las vacías. Mi padre era un socio vitalicio de la metáfora del vaso; de chico le escuché mil veces hacer la pregunta: ¿estás mirando la mitad llena o la mitad vacía?
El problema también es económico. El deseo (la potencia de la curiosidad artística en sí) entra inevitablemente en los tejidos semánticos de la economía. Más butacas ocupadas significan más dinero para el grupo de trabajo, que lo ha dado todo. Más festivales que abren las puertas a mi película podrían significar el arribo de recursos para próximos proyectos. En gran medida pienso a los premios no como felicitaciones por lo hecho sino como puertas que se abren a lo por hacer. Alguien decía, con humor, que los Oscars sirven para que durante el año los estudios de cine sepan cuánto pagar a los actores. Una actriz que ganó cobra más que una que no.
Entonces, la pregunta por los recursos. ¿De dónde extraer el combustible para lo que sigue? ¿Cómo financiar mi próxima película? ¿A quién pedirle ayuda y de qué manera? Hay cursos para aprender a hacer lo que se llama pitching, que es, básicamente, venderle tu idea de proyecto a alguien que te puede financiar. En la impresionante serie The show about the show, Caveh Zahedi recrea escenas en las que, jugando con cierto patetismo, intenta vender sus ideas televisivas a los productores que lo miran con sospecha. Hay una ternura en los modos torpes en que intentamos hacernos un lugar en el tablero de juego. A veces, más que ternura siento dolor.
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Hace poco terminé una película y decidí endeudarme con algunos miles de dólares para pagar la postproducción de sonido. También le estoy pagando a una distribuidora que está intentando introducir la película en el circuito de los festivales. Los festivales tal vez signifiquen un ingreso para devolver esa deuda; pero no lo sabemos. Es una apuesta, en algún momento se tomó una decisión. Digo que se tomó porque no sé si la decisión fue solamente personal. Algo me dijo que la decisión de apostar era valiosa, más allá de lo que suceda de aquí en más. El momento previo a la decisión fue tormentoso. La pregunta ¿qué hacer? me desquiciaba. Cuando la bifurcación se reveló ilusoria, cuando el destinó mostró su único camino, algo de la ansiedad se relajó.
Por momentos, la obsesión aun me posee. Me pregunto si la distribuidora está haciendo bien su trabajo, me pregunto si hice bien en pedir dinero prestado para el sonido, me pregunto. Los circuitos de la neurosis tienen su tiempo de vida. Después de unas horas, las aguas se calman. Vuelvo a entrar en resonancia con la idea de que no hay error. El destino no se equivoca. Pero, a la vez, hay cierta validez en la pregunta por el sentido de intentar pertenecer al club de los festivales. ¿Es un club? ¿Se trata de pertenecer? ¿Fue la decisión de apostar solamente un intento de pertenecer? ¿Por qué no pensar la decisión en un sentido más ligero, concreto, lúdico?
La obsesión es fácil de detectar. El síntoma más claro es la ansiedad. La ansiedad es parte. Pretender no ponerme ansioso es ingenuo. La pregunta vuelve a ser ésta: ¿cómo dialogo con la ansiedad?
La respuesta es indagar. La ansiedad viene a señalar preocupaciones y las preocupaciones indican obsesiones. Las obsesiones son fijaciones del sistema psíquico con relatos que, observados de frente, son reconocidos como ficción. ¿Qué es lo peor que podría pasar? Esa suele ser una buena pregunta para bajar la inflamación del hechizo. Apoyo la palma de una mano sobre mi pecho, respiro hondo, dejo que el cuerpo recuerde que los intentos de compartir mi arte son un juego más que una necesidad.
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Quiero agradecer a mi amiga y colega Mechi por la conversación que tuvimos alrededor de este texto. Les dejo aquí un link a uno de sus temas, que habla de algo de todo esto:
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