Crear es tirar del hilo (o la tarea del surfartista)

(Julio 2024)

1

Escribo como si tirara de un hilo
que no sé (por suerte no sé)
adónde me llevará.
Estoy, en este momento, tirando del hilo.

Para mí, ser escritor tal vez no sea mucho más que decidir estar atento a los filamentos. Están por todos lados. Más que paranoia, interés: no es que todo se cierre sobre mí; más bien, veo cada detalle del mundo como una manija para agarrarme y abrir (la química del abrir tal vez importe más que lo que aparece en la abertura) ­—cada cosa como una punta de ovillo para destejerme. Más que neurosis, curiosidad. Tanta curiosidad no entra en este cuerpo. No la pienso mía, sólo voy, tiro del hilo.

Hoy sucedió. Mientras sucedía, lo noté.

Mientras se escribía un párrafo particular, pude desdoblarme y observar cómo los dedos se movían. En la última oración, que da vueltas y descubre, sobrevino la conmoción —lágrimas como signos del milagro de la creación. La carne, agitada por la novedad.

El párrafo era éste:

El problema de hablar sobre las cosas (en este caso, la creatividad) es que, para intentar llegar a tocar esas cosas (encontrar respuestas, tesoros, claves, llaves), pasamos por alto el hecho de que estamos dando por sobre-entendido el significado de los conceptos que usamos para armar nuestro camino explicativo. Los fundamentos de cualquier propuesta explicativa tiemblan —por naturaleza. La naturaleza microscópica de cualquier concepto es la generalización. Cuando nos volvemos sobre nuestros pasos para hacer doble clic en los conceptos que nos sirvieron como peldaño para el ascenso hacia la cima de las certezas, reconocemos, no sin temor, pero también con una excitación arqueológica, que está bien que el edificio se tambalee.

(Nota: el párrafo anterior es parte del librillo La forma del temblor (arte y procesos creativos), una serie de textos que regalo como complemento al podcast La forma del temblor (conversaciones con artistas).

2

Hace unos días alguien me explicaba que prestar atención a muchas cosas a la vez puede ser un signo de neurodivergencia. Si hablamos de divergencia es porque asumimos que existe un eje, una norma. Reconocer la norma y nombrar el desvío puede servirnos para dar lugar a lo que tendemos a rechazar. Me pregunto si el arte no es neurodivergente por definición. Me pregunto en qué medidas y de qué maneras eso que llamamos arte nos sirve para ser diferentes de modo saludable.

Al animal humano le cuestan los laterales, la indefinición, el casi-otra-cosa. Pensamos: o es esto o es otra cosa; pero no casi-otra-cosa. El humano prefiere (necesitó) clasificar como enemigo antes que como desconocido. Declarar enemistades le sirve para definirse y definirse le da relato/sensación de seguridad. Incluso el arte, gesto hacia lo inseguro, hacia lo desparejo, sufre de esa vieja tendencia a catalogarlo todo.

—Si no estás a favor, estás en contra —decimos.

En mis talleres de escritura hablo de lo lateral, de los personajes secundarios, de lo que parece no importar, y de Raymond Carver, que, mientras Chejov moría, ponía la atención en unas flores caídas y, mientras un niño agonizaba en el hospital, se distraía con un pastel olvidado en una panadería, y titulaba sus cuentos de modo oblicuo, tangencial, como si todo, en algún punto, pareciera una tontería.

En mis películas la cámara se distrae, la atención descarrila, como si hubiera un eje narrativo al que la mirada decide no atender —no tanto por rebeldía, sino por curiosidad insaciable. Una curiosidad insaciable. ¿Insaciable? Palabra extraña para hablar de la curiosidad.

A la curiosidad poética no le interesa ser saciada, no busca llegar a puerto. El ¿a ver qué más puedo encontrar? de la mirada artística no responde a la insatisfacción. Sontag decía que escritor es quien, potencialmente, se interesa por todo. Hay una parte nuestra que siempre quiere más, pero no por necesidad de cubrir heridas y completarse, sino por deseo. El mundo es deseo. Crear no es tapar agujeros.

Como venimos de muchos años de tradición narrativa lineal, nos sirve, para reconocer libertad, hablar de digresión. Alan Pauls escribe sobre esto en su precioso texto Irse por las ramas. El valor del desvío.

No diría que es por rebeldía que mis ficciones son, para los ojos entrenados por el cine tradicional, dispersas. Sí cuestiono, teórica y prácticamente, la idea de que una ficción (o un día en la vida del mundo) debe organizarse en torno a un conflicto central; pero mis intereses no responden a una mera rebeldía intelectual: me desviaré en cada esquina. No es eso. A mi atención le interesa la complejidad, los costados, el espacio entre las cosas. Cuando juego con los gatos, me sorprende lo rápido que se distraen con otra cosa. Ayer me encontré diciéndole a Toto:

—¿Cómo puede ser que el juego te dure tan poco?

Como si el juego tuviera bordes, como si para ellos hubiera una diferencia clara entre jugar y lo otro.

Corren la pelota y en medio del camino su cuerpo empieza a lamerse. Hora del baño. De pronto un arañazo, algo les llama la atención, un sonido, vuelven a la pelota, saltan, amor y guerra parecen una misma frotación. ¡Los gatos! ¿Es distracción? ¿Distracción con respecto a qué? Si no hay un lugar al que llegar, ¿existe la distracción?

Dicho popular: la curiosidad mató al gato. Si bien son muy hábiles, hay veces en que se caen. Hay gatos que caen. Por buscar el otro lado de las medianeras, los gatos también caen. La curiosidad, para atravesar la medianera. El deseo para caer. El arte para caer. La curiosidad para seguir cayendo. Caer de las rigideces necesarias, pero adictivas, de la vida en sociedad. Arte como despliegue atento de una curiosidad que nos transforma. Prestar más atención nos transforma. No es que en la vida cotidiana no prestemos atención; pero se puede más. De nuevo Sontag: el arte nos trae ese más.

Gesto artístico: interesarnos de más.

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3

Incluso la re-escritura (lo que me gusta llamar: el esculpido del texto) es un tirar del hilo. Porque tampoco sé qué significados nuevos emergerán de la piedra cuando me ponga a pulir una frase o cambiar una palabra.

Editar sigue siendo crear.

La imagen del hilo es importante porque confundimos creación con control. Como creadores, nos volvemos controladores. Crear no es controlar. El hilo no es nuestro; somos, a lo sumo, quienes prueban maneras de tirar.

¿No es un alivio recordar que la creatividad no tiene tanto que ver con nuestras capacidades? Por supuesto que nuestras capacidades importan; un cuerpo con entrenamiento suele tener mayor disponibilidad para entrar en resonancia con informaciones más sutiles. Pero el entrenamiento también puede endurecernos. El músculo se puede trabar. Las horas de práctica pueden llevarnos a poner demasiada atención al virtuosismo. El virtuosismo puede ser una trampa para el ego, pero también puede ser un juego. Cada quién sabe —si sabe.

La creación es un diálogo indescifrable entre lo personal y los vientos. Quien navega entrena para sensibilizarse a los cambios más sutiles en la dirección del soplido. Tal vez el viento también entrene. ¿Para qué? Para sensibilizarse a nuevas posibilidades de confundirnos. La vida nos quiere más sutiles, matizados. Para eso, debe marear al cartógrafo —esa parte nuestra que mira más el mapa que la vela. El destino es esa oficina sin oficinistas que se dedica a imprimir circunstancias para desafiarnos. Destino = desafío. La creación es un diálogo atento, y ventoso, con los desafíos del destino.

Tirar del hilo como decirle al agua:

—Aquí estoy, puedo con tu próxima ola.

La tarea del surfartista
es afilar
siempre más
la escucha que le permite
reconocer la diferencia
entre lo que pudo ayer
y lo que puede hoy.

—No me des la misma ola, pero tampoco una tan grande.

Todo es pertinente, me dijo una amiga hace unos días cuando estudiábamos la película Historia de un matrimonio para un taller que estamos por dar sobre el problema del antagonismo. Si la vida siempre nos da algo pertinente, ¿por qué peleamos con las olas? Si bien los personajes de la película deciden separarse sin abogados, terminan cayendo en el surco de la batalla legal. Podemos leer que la necesidad de conflicto estaba en ellxs (si no, no habrían entrado en sintonía con los abogados), pero que necesitaron de los abogados, y de la batalla legal, para asumir su batalla privada. Si todo es pertinente, también podemos agregar lo siguiente: cuanto más nos cuesta escuchar lo que está pasando, más grosera debe ponerse la vida (las olas del destino) para que escuchemos.

Incluso si la ola nos revuelca, es pertinente. Incluso si caemos del muro. Caer es posibilidad de aprender. Toda caída es un regalo, una invitación a profundizar en nuestras capacidades de escuchar. Salvo que nos resistamos. El volvernos más creativxs depende en gran medida del desarrollo de nuestra capacidad de aceptar la caída. Aceptar la caída implica también aceptar que es natural que nos resitamos a caer. Si fracasamos para cambiar, la resistencia al cambio es parte del cambio.

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Crónicas del temblor (relatos, reflexiones y propuestas para crear)

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Desde hace un tiempo, escalo. La escalada, igual que el surf, funciona muy fácilmente como metáfora de la creación. Es una metáfora más fría, más rasposa, vertical. El cuerpo va aprendiendo a tener diálogos más sutiles con el muro. Los dedos ganan fuerza. Las caderas, movilidad. Ayer no pensabas que podrías hacer lo que hoy estás haciendo. El cerebro acepta que puede nuevas maniobras. Por supuesto, es fácil apurarse y, alentado por los gritos de confianza y buenas intenciones, pasar un límite —por no ir a la velocidad del aprendizaje, lastimarse.

Supongo que lastimarse también es parte.

Podemos pensar que madurar es desarrollar la escucha que nos permite no dejar de lastimarnos, sino lastimarnos menos. ¿Lo justo y necesario? Madurar como apurar menos; madurar como ir, en palabras de la bailarina Nita Little, a la velocidad de tu capacidad de prestar atención.

En la actividad artística, creamos contextos para lastimarnos bien. Arte: un contexto para lastimarnos bien. Para caer con marco. Para transformarnos sin tanto descarte. En el contexto estético, la herida cambia de signo. Celebramos que la botavara de nuestra obra nos dé en la cabeza. Celebramos la ferocidad del viento. Celebramos hacer agua, el trueno y la sangre.

El juego del arte es un contexto que nos permite estar a salvo para arriesgarnos. El riesgo psíquico de la transformación creativa también es digno de ser observado —hasta medido. Aunque nuestros cuerpos físicos no estén en peligro, también podemos pasarnos de los límites de nuestra capacidad actual de estirar la sensibilidad psíquica. El costo de crear puede ser más sutil que el del surfista temerario, pero existe. Sin riesgo no hay creación, pero demasiado riesgo también puede traumatizar a nuestro artista. La idea de locura, siempre cerca.

Como la del surfista, parte importante de la tarea de creación del artista es sensibilizarse, cada vez más, para escuchar qué puede. Aprender a tirar del hilo también es reconocer que cada hilo pide una nueva manera de tirar. Lentitudes, velocidades, no hay fórmulas. No tiene sentido crear algo nuevo con los recursos conocidos; a la vez, algo de lo conocido siempre es importante —apoyo, pivot, plataforma, tampoco podemos cambiar tanto.

Crear una obra es crear otra manera de crear. El deseo también es deseo de desar —nos interesa la cosa deseada, pero también, y sobre todo, la fuerza del deseo en sí. Al surfista no le interesa tanto llegar a la orilla. La obra también es una excusa para aprender —para desarrollar la escucha. Cada proceso creativo es un diálogo nuevo de un cuerpo nuevo con una ola nueva, un muro nuevo, un hilo nuevo. Pero algo siempre suena familiar.

*

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