(Enero 2021)
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1. Me ataca una necesidad de leer cien libros a la vez. Empiezo, abro, vuelvo a libros abiertos, avanzo unas páginas y salgo, o creo que salgo, abro otro, salteo. Me descubro varias veces criando una preocupación, algo anda mal. Después de un tiempo me doy cuenta de que no estoy obligado a pensar que todo esto de leer cien libros está mal.
2. Recuerdo la primera vez que me salí del cine a la mitad de una película. Fue Dogville. Hasta ese momento creía que eso no se hacía. Me liberé. Los libros hay que terminarlos, decimos. A veces me pregunto si puedo decir que leí ciertos libros que no terminé —que, supuestamente, no terminé. Me descubro creando unos diálogos absurdos adentro de mi cabeza en los que explico (¿a quién?) cuántas páginas logré y las razones por las que abandoné la misión —como si dejar un libro “por la mitad” fuera abandonar a un bebé en el desierto.
3. Tenemos una manera muy narrativa de dar valor a las cosas. Los modos de dar valor del ser humano son complejos y, a la vez, muy simples. Narrativos. Son complejos porque son determinaciones intersubjetivas que combinan fuerzas culturales y colectivas con fuerzas del individuo y su pequeño set de valores coleccionados. Son simples porque responden muy claramente a las mitologías a las que decidimos asociarnos. Los mitos son como clubs barriales.
4. Solemos dar valor en función de lo que creemos que ya vale. Un libro vale en tanto se lo lee. Leer es empezar y, sobre todo, terminar. Si uno no termina las cosas, sacamos conclusiones que dicen algo así como que hay falta de profundidad, compromiso, dedicación, etc. La profundidad es un valor que se cuestiona poco. Además, no somos profundos; la profundidad, decimos, se alcanza con esfuerzo.
5. Queremos profundidad en todo: en las experiencias, en los vínculos, en las comprensiones, en la inteligencia. Si nos preguntan a qué nos referimos con lo de profundidad, probablemente no sabemos qué decir. Lo cierto es que no hay obligación de linkear profundidad con permanencia. Nadie puede garantizar que la duración trae riquezas. La intensidad no es privativa del tiempo. Hasta dudo de que la intensidad tenga que ver con el tiempo. Hasta me arriesgaría a sugerir que la intensidad es lo contrario al tiempo.
6. Dudo de que la profundidad que buscamos sea un producto de la acumulación. Al tiempo podemos usarlo para acumular ladrillos (con la idea de que al paraíso se llega escalando: ladrillos, peldaños, libros), o podemos usarlo para desarrollar la sensibilidad que nos permite reconocernos fuera del tiempo, fuera de la duración, fuera de la historia que nos narra la necesidad de alcanzar un paraíso. Una historia es el tiempo que nos toma asumir que era una historia.
7. Creemos que la historia se entiende cuando recorremos el arco en todo su despliegue. Se entiende, al menos, en sus propios términos. Los términos de una historia son lo que determina adónde termina. Cerrar una historia es sellar su sentido —o su valor. Si la historia no termina, no vale. La narración es un modo temporal de valorar y por lo tanto de existir. En el modo narrativo de existir, los momentos valen en tanto se encadenan con otros momentos y forman una línea. A esa línea le llamamos sentido. Cuando las cosas pierden sentido, no sabemos qué hacer.
8. La pregunta tal vez sea quién lee cuando leemos. Si lee el personaje, la identidad, la personalidad, esa estructura narrativa que acumula conocimiento y que considera que la profundidad es una cuestión personal, y cuantitativa, entonces sí, el libro debe ser terminado. Para que la aventura tenga sentido, el personaje necesita llegar al final. Como humanos narradores, somos adictos a los finales. El final justifica el esfuerzo que implica mantener todas esas partículas de experiencia atemporal encadenadas en la línea narrativa. El personaje solo vive en el tiempo. El personaje solo vive en la historia. El personaje es el tiempo que le toma a la consciencia asumirse también fuera del personaje.
9. Si quien lee no es el personaje sino esa consciencia (llamémosle así: consciencia) que también somos por fuera del terreno narrativo de la personalidad, entonces, tal vez, el libro no necesite ser terminado. Incluso, tal vez ni siquiera pueda ser terminado. Porque, para esa exterioridad, ese campo abierto que también somos, para esa intemperie las cosas no empiezan ni terminan. Lo único que puede empezar y terminar es lo que tiene bordes —interioridad, jardín, identidad.
10. El personaje, un sistema de bordes y una organización de interioridades, un jardín, se guía con la brújula del tiempo. El tiempo es el puente entre el adentro y el afuera. El tiempo es la relación entre lo que se es y lo que no se es. Narrar, entonces, es un modo de relacionar lo interno con lo externo. Narrar es crear tiempo, que es puente entre lo que se percibe como adentro y lo que se percibe como afuera.
11. Como toda herramienta, la narración puede ser usada para cerrar (cerrar más y seguir llenándose de cosas/conocimientos) o para abrir (abrir hacia lo que es menos, hacia lo que no es valioso por ser mucho, hacia ese espacio anterior a la propiedad del conocimiento: nadie dice que lo que es mucho tiene que valer más: nadie dice que lo que vale hay que guardarlo en caja fuerte.)
12. Para incluirlos en su CV, el personaje necesita terminar los cursos y recibir el diploma. Sin sus diplomas, el personaje deja de existir. Muchas veces, tal vez la mayoría, los logros personales no son ni siquiera para los otros y la sociedad. Hay una sociedad secreta, interna, muy secreta y muy interna, que opera en lo más hondo del entramado psíquico de la personalidad, y que funciona solo si la estructura logra. La secreta oficina central de la personalidad se alimenta de diplomas. Los diplomas son de éxitos tanto como de fracasos. Los diplomas son solo certezas. La personalidad es como una esfera, y hasta podríamos decir, un agujero negro. Leer, para la personalidad, es fagocitar. El mundo tiene la lógica centrípeta de la gravedad. La personalidad es un centro.
13. También hay otra lógica, una no-lógica, a-personal, digamos, no narrativa, no centrípeta, y su entendimiento de la profundidad es otro. Desde esta perspectiva exterior, las experiencias no necesitan terminar para valer. Desde la intemperie, la misma noción de experiencia pierde algo de sentido. Aquí, también por fuera del jardín, sin excluir al jardín, pero en el campo, la profundidad es una apertura. Profundizar es disipar la lógica del centro. Profundizar es abrir. Profundizar no es ir hacia abajo sino hacia todos lados.
14. Pienso que los libros son herramientas que pueden servir a la solidificación de las estructuras de la personalidad, tanto como a la liberación del individuo de las limitaciones asfixiantes de esas estructuras. Leer puede ser acumular y/o puede ser abrir. Me gusta pensar que leer es como sacar cosas de una caja, des-linkear elementos del entramado pastoso que los encierra en un mundo de sentidos estables. Leer es liberar pájaros.
15. Tal vez un libro (una obra) sea una especie de tejido sólido que espera esos momentos de liberación que llamamos lecturas. Tal vez una obra (un tejido estable, una ficción) sea un jardín cerrado que espera esas aperturas que llamamos experiencia estética. Tal vez leer, más que recibir circuitos de relaciones, sea poner en relación. Tal vez leer tenga que ver con encontrar, en los tejidos de las obras, fibras dispuestas a soltarse. Trazar circuitos posibles. Liberar la experiencia. Leer puede ser decodificar y aceptar las ligazones del relato que se nos entrega, y también puede ser destejer esas ligazones para establecer nuevas conexiones, entre las fibras del tejido del texto y el afuera.
16. Si el narrador me lleva por un camino, yo, como lector, en algún nivel, tengo la misión de desviarme. Levantar la mirada, agarrar otro libro. Leer es romper un texto.
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