(Junio 2021)
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Hoy veía un conejo comiendo en el pasto. Parecía tranquilo, parecía no preocuparse por la posibilidad de que la perra masticara su cráneo, como ya ha hecho alguna vez con otro conejo. Me descubrí preguntándome por qué estaba tan tranquilo, con todo el peligro que hay en el mundo. Pienso que los animales no sapiens no se preocupan porque no cuentan con la tecnología narrativa. Saben cuándo tienen que correr —lo saben porque cuando tienen que correr ya están corriendo. También hay un gato miedoso que no me deja acercarme. Porque no me deja acercarme, interpreto que es miedoso. Le digo que no hay peligro, amo a los gatos, soy tu amigo. Pero su cuerpo no parece poder (o querer) recibir esa información. Tuvo un gran susto cuando era bebé y lo llevaron a la veterinaria; suponemos que quedó, como se dice, traumado. Si los animales se trauman ¿es porque también tienen identidad? ¿Cuál es entonces la diferencia sapiens? ¿Por qué me interesa tanto la diferencia sapiens?
Unos dicen que es la capacidad de crear herramientas, otros que es el juego, otros la ficción y uno dice que es la mirada. Pero tal vez sea una diferencia cuantitativa más que cualitativa. Tal vez la diferencia sapiens tiene que ver con lo adherida que está su existencia diaria a eso que llamamos identidad, que no es más que la organización de un sistema de herramientas para la supervivencia. Tal vez el gato y el conejo solo tienen identidad (o solo la usan) cuando perciben un estímulo físico que les lleva a concluir que hay peligro. Nosotrxs tenemos la identidad activa casi que las 24 hs. Los humanos podemos sentir miedo (activar la identidad) sin necesidad del estímulo físico, solo dando crédito a una idea propuesta por nuestro cerebro. Las historias, que eran solo una tecnología de supervivencia, se han vuelto nuestra adicción. Si hay algo a lo que somos adictxs es a las historias.
Al conejo no le interesa saber quién es hasta el momento en que escucha los colmillos de la perra. Al gato no le interesa recordar su pasado hasta que me ve llegar. Negociación: solo me deja acercarme cuando le voy a dar comida. En esos momentos, su cuerpo está en conflicto, tironeado por dos fuerzas —comer o correr. Soy tu amigo, le digo, pero no cambia nada: come y se aleja; la programación de su temor es demasiado física.
Me pregunto si el humano, que tiene una programación más mental y narrativa, tiene por eso mayor plasticidad en sus posibilidades de reprogramación. Por ser nuestra codificación tanto o más cultural que genética, supongo que sí somos más reprogramables. En la película White right: meeting the enemy, Deeyah Khan, una mujer árabe y morena, se acerca a líderes neonazis, supremacistas blancos de Estados Unidos, para intentar entender de dónde surge su desprecio. Muchos dicen no ser racistas y solo estar defendiendo a su raza, que está en peligro como el conejo. A uno de los hombres de los que se hace amiga (“te considero mi amiga”, le dice él) ella le pregunta: si pudieras, ¿harías que me deportaran por ser mujer, árabe y negra? El hombre, acorralado, primero dice que le costaría, pero termina diciendo que sí, la excluiría, porque no hacerlo implicaría desafiar todas sus creencias, su visión del mundo. Tiempo después, la llama para contarle que abandonó el movimiento en el que participaba. Ella fue la primera persona árabe que realmente conoció, llegó a quererla y respetarla y así vio que no podía seguir defendiendo tanto sus viejas ideas. Si eso no es reprogramación, ¿qué es?
Este cuerpo (humano) es la posibilidad y el escenario de la historia. Solo el cuerpo sapiens necesita historias para sobrevivir. Las historias (tejidos significantes de afirmaciones) solo pueden vivir en cuerpos que las necesitan —o que creen necesitarlas. Mi cuerpo es humano en tanto se compone de cadenas significantes de conceptos. La memoria sapiens es narrativa, cultural, y nuestros cuerpos son nuestros en la medida en que los reconocemos como expresión de nuestra historia. Sin historia, ¿de quién es este cuerpo? Sin identidad, ¿a quién pertenecen estas carnes?
La codificación narrativa de nuestras identidades parece lo más sólido del mundo. Pareciera que un mito (una historia naturalizada) es más difícil de derribar que la más resistente de las murallas. Pero… tal vez no sea tan así. Tal vez las historias no sean tan sólidas como parecen, pero, sobre todo, tal vez no necesitemos derribar nada. A veces me siento atrapado por mi identidad (por mi sistema de defensas) y quisiera poder liberarme de ella (de los soldados). Una y otra vez (en general, la respiración tiene algo que ver) vuelvo a la noción de que para ser libre no necesito librarme de nada. Por eso no necesito luchar —no necesito luchar contra los soldados, que están ahí para cuando se los necesita. La dificultad humana tiene que ver con cómo desarrollar la sensibilidad para comprender cuándo realmente se los necesita. ¿Cuándo se necesita luchar? ¿Necesitamos luchar para liberarnos? Siguiendo los pasos de Deeyah, podemos arriesgar que, más que luchar, lo que necesitamos es escuchar. El gesto libertario (profundamente libertario) es sutil, casi demasiado sutil para una criatura acostumbrada a librar batallas épicas por intentar obtener grandes resultados.
¿Por qué el gato puede pasar de la relajación extrema a la alerta extrema? El gato puede relajarse tanto porque, justamente, es muy sensible a las señales de peligro. No necesita estar un poco tenso cuando no hace falta, sabe que puede entregarse a una relajación casi total porque, cuando sea necesario, saldrá corriendo. Puede dormitar mientras sus orejas están atentas. Hace falta desarrollar tecnologías complicadas y costosas para derribar murallas, vencer enemigos humanos, enemigos invisibles (miedos) y ganar seguridades (ficciones). No hace falta casi nada para reconocer que el conejo, mientras come en el pasto, solo por no preocuparse (solo por no activar su identidad cuando no la necesita), está, sutilmente, desplegando un gesto cósmicamente libertario.
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