(Noviembre 2024)
Es de mañana y me propuse escribir. Me siento frente al teclado y encuentro resistencia. Resistencia a levantar la silla, erguir el cuerpo, escribir. Resistencia a salir de la nube —la nube dramática.
¿Qué es la nube dramática?
Una queja oculta, una queja negada, una bruma de ideas irreconocibles que operan una cirugía crónica y secreta. Un dolor de cabeza sin investigar. Una generalización: la vida apesta. Y la negativa insistente a mirar de frente al panel de las ideas, negativa que me sirve para no descubrir cuál es esa, la que apesta.
La idea que apesta es la que se quedó atorada, la que perdió circulación, la que se aisló, la que se creyó importante. Pensamiento estancado. Fermentación mental.
Si bien escribo todos los días, últimamente las prácticas de la supervivencia han desplazado a la escritura hacia rincones desordenados del día. El día ha sido colonizado por las prácitcas de la supervivencia. Escribo cuando me queda espacio, pero ¿quién me queda ese espacio? ¿Quién me da ese espacio para escribir?
Tomo la decisión de recuperar el hábito de escribir como parte de mi rutina matinal. Meditación, limpieza, sol, ejercicio, lectura y escritura.
Claro que también puedo usar la escritura para quejarme; el punto es que, al escribir la queja, su efecto se desorganiza. La queja funciona cuando no es reconocida.
Aclaración: cuando hablo de queja, me refiero no al reclamo creativo que busca resolver problemas sociales, sino al lamento que se regocija en la idea de que las cosas deberían haber resultado de otra manera.
—Ay de mí —con el dorso de la mano en la frente y una contorsión barroca, sobre un escenario de maderas viejas, en un teatro vacío.
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Discernir si un reclamo es creativo o no es un arte. Poner atención en lo que no nos gusta puede servir como disparador de la transformación, tanto como mecanismo de perpetuación de una realidad viciada. Llamo queja a la decisión de poner la atención en lo que no nos gusta con el objetivo oculto de sostener el estado de cosas despreciado —pensarnos como víctimas de un mundo torturador nos hace sufrir, pero a la vez nos da una comodidad conocida.
Pensemos a la queja como una falta de interés, un desprecio, una desvalorización de las cosas como son, la expresión de unas ganas de no hacer contacto con la realidad, una adicción a un relato de cómo son las cosas. Mis ideas son mejores que la realidad, dice la criatura quejosa.
Entonces, uso la escritura como una práctica de detección de quejas. Al escribir me fuerzo a prestar atención. Prestar atención es el antídoto contra la queja. La queja (la nube dramática) es un estado soporífero y narcótico de falta de atención. Es una suerte de embriaguez sufriente, espectacular, adictiva.
—La escritura para transformar la queja en interés.
¿Por qué es importante hackear la queja? La queja es un programa inmaduro. El cuerpo se cierra sobre sí mismo, los poros de la creatividad se obturan. El nivel de creatividad del estado quejoso es muy bajo —casi nulo. Cuando nos interpretamos como víctimas de un mundo abrumador, es poco lo que podemos hacer. Hackear la queja (investigarla, escribirla, descubrirla, desmantelarla) nos permite salir de ese capullo vicioso para hacer contacto con la realidad filosa de las cosas.
—Escritura matinal para setear el día en el carril de la curiosidad.
Tal vez el momento-limpieza de la escritura no sea sino ese momento inicial de calentamiento en que el cuerpo se prepara y se hace disponible para las fuerzas de la danza. Cuando la pista está limpia, sólo queda bailar. Cuando la escritura ha barrido la queja, puede dedicarse a crear.
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