¿Puede la profundidad ser expresada?

(Septiembre 2025)

La asombrosa realidad de las cosas
es mi descubrimiento de cada día.

Alberto Caeiro (Fernando Pessoa)

Estos días vengo jugando con esta pregunta:

¿Puede la profundidad ser expresada?

Enseguida aparece esa vieja idea: la palabra mata a la cosa.

¿Qué significa que la palabra mata a la cosa?

Un significado posible es éste: al mirar el mapa, dejamos de mirar el territorio. Al nombrar a todos los perros igual (“perro”), dejamos de percibir la singularidad específica, única, de cada ejemplar de perro.

Cuando narramos una experiencia, intentamos poner, en palabras, algo que no está hecho de palabras. Tal vez eso sea narrar, ese intento por traducir a palabras algo que no está hecho de palabras: el mundo.

En la vida cotidiana está bien que pensemos que la traducción es fiel—en la vida cotidiana necesitamos entendernos, organizarnos, intercambiar valores, sobrevivir. En la vida cotidiana, no nos importa que el mapa sea una reducción del territorio—no nos duele esa pérdida de matiz. En la vida cotidiana, no nos importa (no nos duele) que la profundidad de nuestra experiencia, para ser procesada y compartida, tenga que ser duramente simplificada. En la vida cotidiana no nos molesta tomar atajos, porque en la vida cotidiana queremos llegar—necesitamos llegar.

Definición posible de vida cotidiana: una agenda de llegadas.

En el arte, en cambio, no necesitamos llegar. De hecho, el arte está hecho para no llegar. En el arte queremos no llegar. Para que no nos importe llegar, para que no nos duela perder el tiempo, y hasta perdernos, ¡el arte!

El arte empieza cuando reconocemos que la profundidad no puede ser traducida. Las cosas son las cosas. La literatura empieza cuando damos, a las palabras, unas vacaciones.

Cuando las palabras ya no tienen que representar a las cosas del mundo, cuando ya no tienen que trabajar, pueden empezar a jugar, crear, inventar mundos que solo existen en las palabras. Mundos hechos de palabra.

Eso podría llamarse poesía.

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La poesía no existe en la realidad, es decir, la poesía solo existe en la realidad de las palabras.

¿Tiene sentido?

Y la ficción… ¿Por qué la ficción?

¿Será el arte de la ficción una forma de llegar a esa vacación? La narración como una forma de engañar al lenguaje. El relato como una trampa. El arte de la ficción como forma de detener la ficción. Fingir, decía Eugenio Barba, para dejar de fingir. Si la máscara social busca ser rostro, la máscara del arte busca ser máscara, pero no porque debajo haya un rostro, sino porque, de alguna manera, el rostro se sabe máscara.

Si en la vida cotidiana nos contamos historias para organizarnos colectivamente, tal vez en el arte, en el arte ficcional, nos contamos historias, también, pero, más que para organizarnos, para desorganizarnos.

María Negroni

Ya dije que las palabras viajan siempre desde lo que no saben hacia lo que no saben, como pequeños animales cuya única ambición fuera perderse, mejorar la calidad de su ignorancia.

María Negroni

Como en “Gómez Palacio”, de Roberto Bolaño, en donde todo parece organizado, tejido, para llegar a ese momento de desconcierto poético. Una narración que parece llevarnos a una detención. Ese estallido del lenguaje—la epifanía de las luces en la carretera. Una liberación de las palabras.

¿Cómo hacemos para liberar a las palabras?

Tal vez esa sea la pregunta que, secretamente, se hace toda narración. La narración como la búsqueda de la libertad de las palabras.

La prosa, decía Néstor Sánchez, como excusa para llegar a la poesía.

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