“No sé cómo empezar” (o el monstruo de la hoja en blanco)

Junio 2025

*

Así era como trataba a la hoja en blanco Juan Rulfo: se ponía a escribir y a escribir, en su máquina, hasta que de pronto, de ese reguero de letras emergía la sonrisa o el gesto delicado de algún cuento.

Fernando Vásquez Rodríguez

Dicen que bajo la calma aparente de ese lago blanco se esconde un monstruo. Dicen también que ese monstruo está siempre por gritar, pero nunca llega a hacerlo. Dicen que, al entrar al agua, como si se tratara de un espejismo, el monstruo de la hoja en blanco desaparece.

Hace muchos años actué en una obra de clown y en una función tuve un insight. Mientras el público entraba a la sala, me descubrí, detrás del telón, nervioso. Estoy nervioso, pensé, pero, al sentir el temblor con atención, de pronto, lo supe: los nervios son energía. Al salir a escena, esa energía inquieta de anticipación, ansiosa, se pone al servicio de algo que no es tan personal.

Crear arte no es una cuestión TAN personal —la ola no es nuestra.

¿Por qué, a la mañana, me resulta más fácil trabajar en mis deberes que en mi arte? ¿Por qué, si tenía agendado sentarme a escribir la obra de teatro, me entretengo con otras obligaciones? ¿Por qué, si me reservé una hora de escritura libre, no la uso?

Tal vez se trate de esa libertad. Si todo lo otro tiene un objetivo claro, el arte no. El arte solo tiene nortes movedizos. Lanzarme a la exploración artística me enfrenta con unos niveles de incertidumbre para los que vuelvo a no estar preparado. Siempre como una primera vez, nunca estyo preparado.

Para entrar a la pista de la creación artística, tengo que pagar con mis certezas. Lo podemos llamar moneda-ego. Tal vez la pregunta, entonces, sea cómo me preparo para dialogar con esa incertidumbre. Si en las tareas del trabajo diario dialogo con cosas ciertas para obtener resultados precisos, en la tarea poética tengo que dialogar con nubes pasajeras que no me garantizan más que misterio. Para el ego, vértigo.

¿Por qué postergamos el arte?

Ponerme a crear arte es salir a perderme. Algo se resiste. El arte, por definición, abisma a esa parte nuestra que pretende controlar el sentido de todas las cosas.

Esta semana recuperé la regularidad de mi práctica de escritura libre. Llamo escritura libre a la que no responde a necesidades laborales y objetivos económicos, la que no tiene que ver con lo que llamamos, normalmente, trabajo. Agendé una hora de escritura libre de 9 a 10 am para todas las mañanas de la semana. Pero la vida cotidiana (no la vida, sino la vida cotidiana) se resiste al juego libre. ¿Por qué?

En este audio cuento lo que me pasó en la primera de esas sesiones, hablo sobre la resistencia y sobre las sorpresas:

Empezar implica reconocerme perdido. Empezar es empezar a reconocerme perdido. Perderme, en el Abierto Campo Arte, significa nada más ni nada menos que poner en movimiento lo que creía estar detenido —más que poner en movimiento, se trata de reconocer que todo está en movimiento. Para reconocer que todo está en movimiento, necesito reconocer que hay algo que no se mueve. Si no hubiera algo que no se mueve, ¿podría reconocer lo que se mueve?

Digamos que lo que no se mueve es la atención, o la capacidad de prestar atención. Eso no puede ser amenazado. Cuando me reconozco menos en las cosas, menos en las formas del mundo, y más en esa capacidad de atender, cuando me des-identifico de lo que empieza y termina, de lo que nace y muere, cuando me recuerdo también en las butacas, y no solo sobre el escenario, me permito registrar algo importante: la obra ya empezó.

Si solo me identifico con el personaje, la obra recién empieza cuando el personaje entra a escena. Pero qué hermoso entrar a una función de teatro y observar, por unos minutos, el escenario vacío. ¿Cuándo empieza la pieza? ¿No es ese espacio vacío parte del show? Las otras personas, que se acomodan en sus butacas. El cuero que rechina. Las luces que bajan.

Si me aterra la página en blanco, tal vez se trate de esto: la página en blanco me tiene que aterrar. Si no me aterrara, no podría volar. A-terrarme es desprenderme de una tierra de certezas inncesarias —al menos para la creación artística, todas esas ego-certezas son innecesarias. La página en blanco no está para que yo haga tierra. ¿Por qué le pido seguridad justamente a esa página libre que me invita a la libertad? ¿Por qué le pido garantías a ese minúsculo rincón de mundo en que puedo, al menos por un rato, nadar sin garantías? La página en blanco es como un lago quieto y disponible que refleja, por quieto y disponible, el cielo de las posibilidades. En el cielo estrellado de la creación artística, todo es posible. Eso, por supuesto, nos tiene que aterrar. Lo que tenemos que recordar, para permitirnos ese terror fecundo, es que la hoja en blanco es pequeña, y es solo un momento del día, y es parte de un mundo saturado de certezas y cámaras de seguridad. No me voy a perder —en el sentido de: no me voy a morir. Puedo entrar al agua de las estrellas como quien se aventura en un desierto de realidad virtual. No estará mi vida en juego. Sólo estarán en juego mis afirmaciones. ¡Qué hermoso! ¡Qué valiente!

Para recordar que la tormenta del arte es solo un juego, puedo preguntarme: ¿dónde está apoyada esa página en blanco? ¿Qué la enmarca? ¿Cómo está mi cuerpo ubicado en relación a ella? ¿Estoy respirando?

Siempre estoy respirando.

Si no sabes cómo empezar, escribe esta frase: “no sé cómo empezar.” ¿No es una hermosa primera línea para una novela?

No sé cómo empezar…

Por lo menos, la página ya no está en blanco.

Escribe YA “no sé cómo empezar” solo para reconocer que ya estás nadando.

¿Sabes que la hoja blanca es blanca porque el papel fue blanqueado? Si usas papel reciclado, ya no puedes decir que la hoja está en blanco. Decir que la hoja está en blanco es como decir que la mente está en blanco. Lo más probable es que, si temes a la página en blanco, tu mente NO esté en blanco. Lo más probable es que, en ese momento, tu mente esté rebalsada de la idea gorda de que no sabes cómo empezar.

En cualquier caso, ¿por qué deberías saberlo?

Y además: ¿quién dice que empezar es tu tarea? Lo digo en serio: ¿por qué pensar que el proceso creativo empieza en ti —en mí, en el yo? Los políticos se llenan la boca, y llenan la urna, con la idea de que llegan al país para renovarlo todo, para empezar de cero, como si eso fuera posible. La tabula rasa como una estrategia de manipulación emocional. ¡Patrañas! La vida empezó hace muchos años.

El surfista no entra al agua para quejarse de que no sabe cómo empezar una ola. El surfista entra al agua para esperar la ola. Para encontrarse con las olas, el surfista tiene que entrar al agua. No puede esperar las olas afuera del agua.

Es cierto que muchas veces aparecen ideas que nos sientan a escribir, o nos levantan a bailar —se nos ocurre algo y ahí vamos a la creación. Pero muchas veces las ideas aparecen en el movimiento. Como decían, la inspiración, solo con transpiración.

¿Qué hay detrás de tu idea de que no sabes cómo empezar?

Lo que te pido es honestidad. Si te encontrás repitiendo “no sé cómo empezar”, te invito a hacer el gesto honesto de investigar qué hay detrás de esa idea. ¿Será que, más que no saber cómo empzar, lo que sucede es que temes no hacer algo bueno? ¿El perfeccionismo te ha atornillado a la cama? ¿Será que temes el juicio y el rechazo? ¿Será que no quieres mancharte las manos de fracaso? Lo único que puede fracasar es una idea, una imagen de cómo deberían haber resultado las cosas.

Sin mancharte las manos, al menos un poco, es difícil que logres crear algo. Como decía Brahms, la medida de un artista está en la cantidad de material que descarta. ¿Por qué le das TANTA importancia?

Jugar en serio el juego del arte no es solemnizar el acto creativo ni identificarte con tu obra. ¡NO ERES TU OBRA! Lo que sea escrito, o bailado, o pintado o cantado, en este próximo rato de creación, te lo aseguro, NO SERÁ TAN IMPORTANTE.

¡Y por eso es importante!

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Tu vida no está en juego. En la creación artística, no es tu vida lo que está en juego. Lo único que está en juego en el juego libre del arte es tu ego. ¡Lo único!

¿Te asusta que no salga nada? ¿De dónde debería salir algo? ¿Y qué pasa si no sale nada? Como mínimo, escribe: “me asusta que no salga nada.” Observa esa línea, esas seis palabras. Esas 6 palabras, ¿no son algo?

¡Hazlo ya! ¡Rompe el cortocircuito neurótico del no-puedo!

Pasar de la mente a la acción implica reconocer que tu mente no es tan interesante, y que la acción te revela cosas sobre el mundo que no esperabas, y que suelen ser más ricas que tus ideas y que tienen el poder de espantarte, y por lo tanto, de transformarte.

¿Temor a la transformación?

Y sí, crear arte asusta, porque el arte nos transforma. El punto es que, lo quieras o no, ya te estás transformando. Si estás experimentando la incomodidad que te genera saber que estás postergando, eso es señal de que no estás postergando: hay algo que se está moviendo dentro tuyo, y solo te estás resistiendo a verlo. Ya está sucediendo, la ola ya empezó. Entonces la pregunta es: ¿vas a asumir que ya estás creando? ¿O vas a elegir seguir con tu vida neurótica, atorada en las espinas del no-puedo?

Algunos artistas han usado estrategias extremas para contrarrestar la parálisis. Victor Hugo, por ejemplo, se encerró en su casa mientras escribía Nuestra Señora de París. Según su esposa, Adèle Foucher, Hugo guardó su ropa formal y solo vestía un gran chal para no tentarse a salir —no desnudo, como circulan leyendas— y así terminó la novela en seis meses. Fue su forma de crear “rozamiento” con el ocio que lo distraía, y construir un entorno que le indicaba: ahora solo podés quedarte ahí y escribir. Tecnologías o dispositivos para encerrarte en la pista de baile.

Gerhard Richter, uno de los grandes pintores contemporáneos, habla de su propia forma de procrastinación artística: pasa días ocupado con trámites, planificando, ordenando. Hasta que explota: “Semanas pasan sin que pinte, hasta que no lo aguanto más… quizás creo estas pequeñas crisis como estrategia secreta para impulsarme. Es peligroso esperar a que se te ocurra la idea: tenés que encontrarla”. Para él, el bloqueo no desaparece mágicamente: lo empuja con esa tensión creciente. Llevarte al callejón sin salida de la creación artística. Crear contextos donde no te quede otra que crear. ¿Qué te sirve para forzarte a crear? No hablo de disciplina militar, hablo de buscar maneras de entregarte rítmicamente a la práctica.

Empezar no es un acto de inspiración, sino de movimiento. No es esperar una idea clara, sino provocarla o, más bien, dar pasos en lo desconocido sin tanta expectativa. Si hay expectativa, bienvenida la expectativa. ¿Qué hace ahí? ¡Investigarla! ¿Cómo se ve? ¿Cómo la podría dibujar? Hugo cerrándose puertas para que no hubiera escape; Richter generando “crisis” para que el instinto despierte; ¿cuáles serán tus maniobras para recordarte que ya estás en el agua?

La procrastinación, resuelta dentro de este marco, deja de ser la enemiga y se vuelve una señal: pensar: “si me paraliza, quizás es porque estoy ante algo valioso.” En lugar de castigarnos, podemos crear estructuras que nos ayuden a impulsarnos:

  • Con rituales: horarios fijos.
  • Con plazos.
  • Con obstáculos estratégicos: ocultar el celular, bloquear internet.
  • Con la autocompasión necesaria para entender que el primer borrador será imperfecto. George Saunders reconoce que durante años no se sentaba a escribir por miedo a descubrir que no era bueno: “hasta que entendí que el primer borrador iba a ser una porquería” .

Douglas Adams dijo: “Se necesita una terrible cantidad de tiempo para no escribir un libro.” Si escribir o crear toma tiempo, procrastinar toma más. ¿Por qué entonces no ahorrarte unas cuantas horas y empezar —si total ya empezó?

Crecer no es vencer al bloqueo, sino reconocerlo como parte del camino. Crear un entorno que lo transforme en motor, no muleta. Abrirte a la incertidumbre es abrazar la libertad: para escribir sin saber si saldrá bien, para pintar sin saber hacia dónde, para ingresar en ese campo incierto donde puede nacer algo nuevo.

La hoja en blanco no es un abismo a kilómetros de distancia debajo nuestro. Escribir una primera palabra no es tanto un salto como un pequeño paso, uno más. Es solo un paso más. No es un salto, es solo un paso más.

“Nadie te pide que saltes”, escribe Julia Cameron en El camino del artista, “eso es puro dramatismo y, para los fines de recuperar la creatividad, el drama pertenece al papel, al lienzo, a la arcilla o a la clase de actuación, así como al acto mismo de la creación, por pequeño que sea.” Nótese la itálica en la palabra acto. Crear implica actividad, dice Cameron, “y eso no nos gusta. Nos hace responsable, y en general odiamos esa responsabilidad.”

Pasar a la acción implica dialogar con lo que va sucediendo. Claro que es más fácil quedarnos en el refugio de lo conocido, pero esa facilidad también es muy costosa. ¿Eres consciente de todo lo que te está costando el no reconocer que ya estás creando?

Cuando te aparezca este temor a empezar algo nuevo, esta sensación de vértigo ante la posibilidad de saltar al lago monstruoso de la hoja en blanco, intenta recordar que es solo una pequeña hoja en blanco, intenta recordar que ya estás nadando, intenta recordar que no es tan importante y anota, como la primera línea de tu día de creación:

Esto no es tan importante…

Es un juego.

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