(1 de enero 2025)
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En todos lados hay vecinos —esa es la primera línea del año, lo primero que escribo. Hace días me quejaba en silencio porque los vecinos de mi casa estaban de fiesta. Ahora estoy en otro lado, otra casa, otro barrio, pero es igual. En todos lados hay vecinos.
Después de años de esperar hacerme del libro, llegó La novela luminosa. Leo a Levrero, pero sufro la música de al lado. Empiezo un año, empiezo un libro. Me preparo café y me siento frente a la ventana. Una mañana ideal, ¡pero los vecinos!
Música cliché. Pienso si cerrar la ventana, o si poner otra música y competir. Si tan solo bajaran unos decibeles. Si tan solo supieran que no están solos en el mundo. Ayer pensé que este año quiero dejar de quejarme; lo que equivale a decir: quiero dejar de ser humano.
¿Qué hacer con lo que nos molesta? La mañana de café y lectura ha sido des-idealizada por el otro insensible. Música cremosa interrumpe novela luminosa. Si todo esto fuera una película, delicia. El protagonista quiere leer, pero el antagonista le pone la música fuerte. ¿Comedia? ¿Thriller psicológico? Elige tu propio género. ¿Dije protagonista? Soy la agonía del otro.
Recuerdo Nuts in may, la película de Mike Leigh de 1976. Una pareja de ecologistas idealistas sale de la ciudad con la idea de acampar en la naturaleza. ¡Pero hay vecinos! Los vecinos escuchan la radio y encienden un fuego ilegal, el idealista enfurece y revela sus contradicciones internas, escondidas detrás de capas y capas de idealismo.
Hace calor, cerrar la ventana no es una opción. ¿Aire acondicionado? No, pienso, el verano recién comienza. Cuando algo molesta, hay que mirar de frente. Hacia algún frente. La retirada también es válida, el tema es discernir.
La frase de alcohólicos anónimos que aparece en tantas películas: Dios, dame coraje para cambiar lo que puedo cambiar, serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar, y (sobre todo, digo yo) sabiduría para discernir.
La queja es una parálisis del yo, un callejón sin salida de la identidad, un grito contra la pared. Curiosidad es ver por dónde circula la corriente. Puede ser retirarme (auriculares, cambio de actividad) y puede ser enfrentar (pedir que bajen el volumen, escribir…) Cuando nos retiramos también estamos enfrentando algo. No existe escapar.
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Ayer compartí una foto de una estatua que para mí representa esa ambivalencia de la vida que el arte sabe celebrar.
¿Está escapando?
¿Está ocultando algo?
¿Está a punto de revelarnos una verdad?
¿Su gesto es de temor?
¿De picardía?
¿Se asoma sobre su hombro porque quiere regalarnos una última mirada antes de hundirse en su bosque de piedra?
¿Se asoma porque considera hacernos parte de un tesoro que acaba de encontrar?
¿Qué tiene entre las manos?
¿Su ropa?
¿Está a punto de vestirse?
¿Acaba de desnudarse?
¿Acaba de detenerse o está empezando a caminar?
¿Será todo a la vez?
¿Puede ser todo a la vez?
Sí, dice el arte, puede.
Al final escribí algo así: que en 2025 siga la mutación de homo quejosus a homo curiosus.
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En todos lados hay vecinos. El mundo nos queda chico, chocamos inevitablemente con el otro, que siempre, por definición, quiere escuchar otra música. El vecino es ese bicho insoportable que siempre quiere otra música. El vecino es ese otro demasiado cercano pero lejano que hace cosas que no debería hacer contra la medianera de tu propia guarida. El vecino es el guardián de la queja, el desafío último, la otredad encima, irracional y temible que nos fuerza a escribir.
Siempre hay algo que resquebraja el ideal. Por suerte. Por suerte, siempre podemos escribir.
Mientras escribía todo esto, la música mejoró. Dos palomas sobre una antena. Levrero sigue disponible, el libro abierto. Terminé el año llorando con una película, cuando dieron las doce estaba haciendo caca. Una ducha y dormí excelente. Soñé con todo. El mundo se repiensa. La mañana se abre.
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