Domingo 3 de diciembre de 2023
*
Ayer me estafaron. ¿Por qué me da vergüenza? A una amiga de una amiga le robaron el celular y X, que no era la amiga de mi amiga, dijo que vendía dólares a muy buen precio. Le escribí diciendo que le compraba 100. Me dijo que le transfiriera los pesos y ella venía a traerme los dólares. Me pareció raro que me pidiera transferir mi parte antes de darme la suya. Consulté con mi amiga y dijo que su amiga era muy de confianza. Entonces decidí confiar y transferí el dinero —era un dinero que recién me entraba, los dólares son para saldar una deuda. X recibió el dinero y dijo que llegaría en 40 minutos. No llegó, no respondió más. Pasó la noche. Hoy a la mañana le dije a mi amiga: tu amiga nunca me trajo el dinero, ¿le habrá pasado algo?
Nunca imaginé que podía ser una estafa. Sí llegué a pensar que podía ser una estafa de la amiga de mi amiga, y hasta nos reíamos pensando que mi amiga se había asociado con su amiga para sacarme 100 dólares y fugarse al Brasil. ¡Juegos de la mente! Mi amiga le escribió a su amiga por IG y la amiga le contó que le habían robado el celular y que no estaba vendiendo ningún dólar. Mi amiga me llamó para decirme que era una estafa, ella había transferido 200.000 pesos. Qué bajón, dijo, deben estar desesperados. Y algo en relación al aprendizaje que nos dejaba la situación. No te preocupes, yo te doy ese dinero. Me sentí extraño de que ella me devolviera el dinero; sí, había sido su contacto y su confianza, pero también fui yo el que cayó en la trampa. Se lo dije y volvió a decirme: está todo bien, me parece bien darte tu dinero.
Ahí sobrevino un gran llanto —como estallido de una tensión, como reconocimiento de un miedo ancestral a no tener. No tenía tanto que ver con haber perdido, o haber estado a punto de perder, cierto dinero, ni siquiera tanto, sino con otra cosa, si se quiere más profunda. Pensé algo así como qué triste que nos hagamos esto; que vivamos así, que nos robemos, que no nos quede otra que estafarnos. Y después: qué triste que la gente tenga que hacer esto, que no encontremos alternativa más que arrebatarnos la energía de las manos. Como si el planeta no tuviera más que suficiente para todxs. Entonces sentí algo así como compasión. Después, me pregunté si podría haberla sentido de haber perdido el dinero; tal vez no, tal vez la pérdida de capital me habría dejado estancado entre el desprecio y la impotencia. Lo cierto es que mi amiga sí perdió dinero y lo primero que dijo fue: deben estar desesperados. No leí en su mensaje ni un dejo de desprecio para sus estafadores. No es que esté mal sentir desprecio por quien te daña, pero ¿podemos además sentir (ver) otras cosas —la imagen (casi) completa? Después me enteré que a varias personas les pasó algo así en estos últimos días. No podemos no ver estos acontecimientos sino como síntomas de un estado de cosas, algo colectivo que no nos queda otra que atender.
A la noche fui al Conti a ver una obra de clown: Fuga, de la compañía Las dukesas. Siempre que voy al Conti siento la rareza de estar en ese lugar, que fue un centro clandestino de detención durante la dictadura; aunque me parece genial que lo hayan transformado en espacio cultural, no deja de resultarme extraño. En la pared encontré esta frase que me llamó la atención:
Si me es dado elegir me pondré del lado del “exceso” de historia, tanto más poderoso es mi terror al olvido que el temor de tener que recordar demasiado.
Yosef Yerushalmi
Siempre pienso en la diferencia entre reconocer y valorar nuestra historia, por un lado, y obsesionarnos con nuestra historia, por el otro. La diferencia entre recordar y dramatizar. Siempre vuelvo a Funes, que por recordarlo todo no podía pensar. Entiendo que esta frase propone que es mejor obsesionarse con lo que somos que negar lo que somos. Mientras esperaba a mis amigxs, me encontré con un video de octubre de una cineasta palestina a quien le bombardearon su estudio de grabación. Contaba lo sucedido, lloraba, recorría los escombros y decía que no tenía ninguna esperanza de sobrevivir. Cuando me encontré con mis amigxs, les conté que me sentía cargado de información, y alguien dijo que era su primera vez en el Conti —no dijo fantasmas, pero entendí que los fantasmas estaban ahí, si no física al menos mentalmente, y me pregunté cómo sería la experiencia de un cuerpo que entrara a ese espacio sin tener idea de lo que había ocurrido entre esas paredes.
En la puerta de la sala recibía las entradas una vieja compañera de las clases de Bartís, me alegró mucho verla después de tantos años. Ella me saludó con cariño. Quedé sorprendido y contento de que nos saludáramos con tanto cariño. Entrar al teatro siempre implica llevar un cuerpo lleno de información a una butaca desde la cual toda esa información entrará en diálogo con una propuesta estética. Pienso que no se habla lo suficiente acerca de cómo las obras de arte son encuentros complejos con sensibilidades en tránsito, cargadas de electricidad social y personal. Nunca llegamos vacíos a un encuentro. La obra también es lo que hacemos con ella.
Me tomó unos cuantos minutos calibrar las antenas, desajustar los tornillos de la solemnidad cotidiana, disponerme a lo payaso. El payaso nos pone frente a la tontera tierna y desesperada de lo humano. Una revelación de las ataduras obsesivas al drama. Una casita de telas y metales camina por el escenario. Desde el momento cero se nos invita a la celebración de la estupidez. Dos payasas (Carmen Tagle y Chivi García) se han dado a la fuga. Están vestidas de presidiarias. Arrancan del telón unos papeles que dicen: buscadas. Se sacan el disfraz de encierro como gesto simbólico para comenzar su devenir —su fuga.
La fuga es una forma musical compleja. Preguntas, respuestas y divertimentos. Episodios y modulaciones. Sujetos y contra-sujetos, tema y variación, una exploración del contrapunto y la polifonía. Cuando escucho una fuga, me da la impresión de que la música me lleva en un devenir inesperado hacia ningún lado. Todo cambia, todo va hacia otro lado. Algo de eso tiene el juego de estas dos payasas que, liberadas del encierro, hacen del mundo un laboratorio de exploraciones minúsculas. Lupa en todo, cada detalle conduce a otro, el tiempo es dilatado porque la percepción payasa no deja escapar nada, como si el interés por el mundo hubiese sido llevado a su máximo posible. El reverso del butoh, en clave comedia. Una memoria exaltada, como esa que prefiere la saturación al olvido. Mejor pasarse para el lado del exceso. Funes en el cuerpo. El payaso como el hábitat psicofísico donde hierven todos los recuerdos de la humanidad. Cada gesto, cada torsión del esqueleto, cada posibilidad de relacionar puntos del espacio, perfiles diferentes para los objetos; para el clown, una peluca no puede ser una peluca sin antes pasar por perro. Nada puede ser sólo lo que es, el mundo es un campo minado de multiplicaciones poéticas. La voz no es sólo portadora del lenguaje. Pasa un largo rato hasta que se pronuncian las primeras palabras, y sucede en otro idioma, como si la obra también estuviera agitando estereotipos.
Maternidad, competitividad, seducción, belleza, mensaje político, hermandad, juego, monstruosidad y dramatismo, ebriedad de cuerpos inflamados por el juego, como si la libertad fuera la posibilidad de fugar, como si jugar fuera fugar, o seguir jugando, continuar fugando, variar a los sujetos con divertimentos, como en una música intraducible, desarticular los engranajes expresivos del cuerpo social para encontrar dinamismos físicos que hacen de la complicidad con lo conocido una posibilidad para desbarrancarlo todo. En muchos momentos de la obra, me encuentro pasmado entre la risa y el asombro (me maravilla la sensibilidad de esos cuerpos emocionados por el existir) y me da la impresión de que las payasas, con un trabajo infernal en el nivel físico y vocal, usan el guiño de reconocimiento de la audiencia para arrojar suposiciones por el acantilado del delirio poético.
Pienso en mis estafadores de la mañana, que se dieron a un tipo de fuga tan distinto, tan de la supervivencia, tan estrecho, y observo a estas payasas, que hacen de la fuga una invitación para re-poetizar el mundo, y nos devuelven al encanto del puro estar vivxs; y percibo, entre esos dos extremos, entre esas dos maneras del fugar, todo el espectro de posibilidades de la experiencia humana. Si la vida cotidiana es en gran medida una estafa (ocultar información para ganar ventaja y sobrevivir), el clown (el arte) es en gran medida una anti-estafa (revelar, ponerlo todo sobre la mesa, todo en juego). Veo un lado y el otro, y digo OK, esto es lo que somos, esto es todo lo que somos, todo esto somos, aquello y esto otro, todavía animales en guerra consigo mismos, todavía asustados, todavía haciendo trampa para subsistir, y también, por ahora al menos, criaturas resilientes que transforman el encierro en teatro, la represión en expresión, el centro de detención en periferia para el movimiento, la miseria neurótica de la vida social en misterio erótico de vitalidad artística.
Río, me conmuevo, vibro, agradezco.
*
Fuga, de la compañía Las dukeses, se seguirá presentando el año próximo.
La obra está actuada por Carmen Tagle y Chivi García,
con dirección de Lucy Sni y con asistencia de Rocío Orlandino.
Para seguirlas y saber más de su trabajo, AQUÍ
*
Hoy Godard cumpliría 93 y mi abuela más de 100.
*
¡Gracias por leer!
Pregunta: ¿la lectura te aportó algo?
Si es así, ¿COLABORAS CONMIGO para que pueda seguir escribiendo?
Piensa que escribir es mi trabajo: le dedico horas y neuronas.
Sé que es extraño pagar por algo que tiene acceso libre y gratuito,
por eso lo pienso como una colaboración.
Si leer esto te aportó, haz una donación para que yo pueda seguir escribiendo.
¡Lo que sea sirve y es muy bienvenido!
¡Muchas gracias!
——Para colaborar, click aquí
PARA RECIBIR EL NEWSLETTER MENSUAL, SUSCRÍBETE EN EL PIE DE LA PÁGINA
Otra forma de colaborar: ¡COMPARTE!